Están
vivos
Benjamín
Cuéllar, director del IDHUCA
11/05/2012
11/05/2012
Consultar
un diccionario de vez en cuando resulta ser un buen ejercicio. Más en este
país, donde abundan palabreros que hablan y hablan intentando justificar lo
injustificable. En ese afán, al buscar en el de la Real Academia Española el
significado de “probable”, encontramos lo siguiente: “Verosímil, o que se funda
en razón prudente. Que se puede probar. Dicho de una cosa: que hay buenas
razones para creer que se verificará o sucederá”. ¿A cuenta de qué se trae hoy
a colación esto? Sencillo. Hace un par de días, Ulises del Dios Guzmán, en una
de sus acostumbradas y locuaces declaraciones, afirmó “que los probables
homicidios de los jesuitas ocurrieron en una fecha anterior a la reforma del
artículo 28 de la Constitución y antes de la reforma que se dio en 2000 el
texto del referido artículo no permitía la extradición de los salvadoreños en
ningún caso”.
Esto,
según él, para explicar por qué la Corte Suprema de Justicia —a la cual llaman
“honorable” sin merecerlo— decidió no extraditar a los militares reclamados por
la justicia universal por su participación en la masacre ocurrida en 1989 en
nuestra universidad. Larga e innecesaria espera para responder a esa genuina
exigencia de la justicia universal, a través de la Audiencia Nacional de
España. Larga porque la petición fue hecha en enero del presente año;
innecesaria porque la decisión de proteger a estos individuos se tomó incluso antes
de la ejecución sumaria de ocho personas indefensas: Julia Elba Ramos, su hija
Celina y los seis sacerdotes jesuitas.
Sí, de
eso que no le quepa duda a nadie. Fue en la noche del 16 de noviembre de 1989
cuando se decidió hacerlo y quedó establecido semejante compromiso. Y hasta la
fecha, a lo largo de todos los Gobiernos de la posguerra, los componentes del
aparato estatal salvadoreño se han sometido al absurdo. Los intocables de
entonces siguen siéndolo por decisión oficial de todos los poderes. En esta
perversa conspiración de mentira, silencio e impunidad, también es partícipe la
Asamblea Legislativa al aprobar y mantener vigente durante casi dos décadas una
amnistía contraria a todos los estándares internacionales de derechos humanos.
De esa forma, ha facilitado la utilización del falso argumento que dice que
todos los acusados por el juez Eloy Velasco ya fueron amnistiados. No es
cierto. Los miembros del alto mando castrense de esa época, reclamados hoy por
la justicia universal, no lo fueron; así lo dejó establecido una juez de paz en
diciembre de 2000.
El
Ejecutivo los defendió siempre mientras estuvo en manos de Arena. Con Mauricio
Funes, que llegó a ese cargo montado en el FMLN, nueve de los acusados no
tuvieron problemas para refugiarse en el cuartel de la desaparecida Guardia
Nacional (administrado por el ministro de la Defensa Nacional). El entonces
director general de la Policía Nacional Civil tampoco los capturó, sabiendo
dónde estaban escondidos y habiendo dicho que lo haría. Ambos funcionarios
tenían un mismo jefe: Funes. Salieron de su guarida hasta que la Corte —cuesta
decirle “suprema” y más aún “de justicia”— determinó que podían hacerlo.
El último
acontecimiento de esta historia, pero no el último capítulo, es la decisión
antes señalada: nueve de quince magistrados decidieron no extraditar a trece
imputados. Difícil era que sucediera otra cosa. Y por eso, precisamente, la
Compañía de Jesús continuó y continúa su lucha en la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos. La justicia universal, a través de la Audiencia Nacional de
España, ha intentado procesar y condenar a estos individuos que gozan de la
ilegal e ilegítima protección estatal. Con ese esfuerzo, se logrará que tengan
como prisión los poco más de veinte mil kilómetros cuadrados de territorio
nacional. Qué bien. Pero en la Comisión Interamericana lo que se pretende
lograr es que se produzcan los cambios necesarios en el aparato estatal para
que ya no siga protegiendo a estos ni a otros criminales.
Al hablar
“de los probables homicidios de los jesuitas”, una de dos. O para Ulises del
Dios Guzmán aún no se ha probado que hace más de veintidós años ejecutaron, en
esta universidad, a seis sacerdotes junto a una mujer y su hija, aunque piensa
que es “verosímil”; o, como afirma el diccionario, tiene “buenas razones para
creer” que eso va a ocurrir. Como sea, más allá de las rapacidades oficiales y
las patrañas pseudolegales con las que pretenden justificarlas, nuestros
mártires tienen más vida que nunca, porque, como monseñor Romero, ya resucitaron
en el pueblo salvadoreño que clama verdad, justicia y paz.
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